Las Barras de Mataró

MATARÓ – Barreta del L´Arbre

El 30 de abril, un reducido grupo de valientes decidió apuntarse a la que sería la primera salida de la temporada. Las Barras de Mataró aguardaba a los cinco buceadores con ganas de mar.

El día amaneció soleado y el agua se mantuvo en calma; todo apuntaba hacia una hermosa inmersión.

La pareja que llevaba el centro de buceo les llevó al punto de partida y el guía advirtió del frescor del agua. Dos expertos habían previsto este pequeño inconveniente y vinieron preparados con un traje seco, otro machote iba con un traje de 7 mm y la térmica debajo; solo quedaron dos sueltos en la ecuación que no tuvieron tanta previsión: un marinero con traje de 5 mm y térmica debajo y la muchacha con traje de 7 a la que tuvieron que dejar hasta la capucha.

Siguiendo el cabo, bajaron todos como un grupo de escolares cogidos a la cuerda de la profesora. La visibilidad no estaba nada mal, así que una vez abajo, avanzaron todos siguiendo al guía y con linterna en mano fueron apuntando a las grietas que se abrían entre las rocas, saludando a los congrios que salían preguntándose por ese grupo de inconscientes que merodeaban por el fondo con esas temperaturas.

Un recorrido tranquilo y con alguna que otra sorpresa como aquella enorme nacra plantada en medio de la arena y permitiéndonos ver el interior. Media hora después del inicio del paseo, cuando la niña ya creía que se le iban a caer los dedos del frío que sentía y tras un tercer gesto a su pareja frotándose los brazos con las manos, su estupendo compañero de viaje propuso la vuelta al barco. Tras indicárselo al resto del grupo, iniciaron el camino de retorno sin darse cuenta que tanto el guía como el pobre marinero se unían en la busca del cabo rumbo al soleado día. Estaban todos esperando a que cayera el primero para empezar la huida: 14 grados no es la temperatura ideal para hacer submarinismo, desde luego.

Mientras los cuatro primeros se ponían al sol cual lagartos en el desierto, los otros dos todavía se entretenían con la nacra y las linternas como niños en el recreo. Diez minutos después emergieron de las gélidas aguas (tengo sangre andaluza, por lo tanto, me tomo el derecho a exagerar) para dirigirse todos al puerto.

A pesar de breve, fue un buen inicio de temporada para retomar el contacto con el Mediterráneo con un recorrido fácil, muy buena gente y agüita fresquita para mantener las pieles tersas

Autora: Elisabet Valle

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